Vivir con la mente abierta [o morir en el intento]

Traté de crecer con el objetivo de mantener la cabeza abierta pero sin caer en la constante necesidad de ser un “vanguardista” adicto a su título.

Traté de conocer la sensación del verdadero desacuerdo, del mío hacia otros y el de otros hacia mí, y de aprender a construir realmente en la diferencia y no sólo repetir de memoria esos modernos discursitos de la “tolerancia”, la “democracia” y todas esas otras palabras que andan de moda.

Traté de escuchar a los mayores, de edad o jerarquía, considerando su experiencia; y traté de escuchar también a los menores, de edad o jerarquía, por su inocencia o ideas nuevas. 

Traté de escuchar a los supuestos diferentes, a los supuestos similares, a las supuestas víctimas y a los supuestos victimarios, a los supuestos ricos y a los supuestos necesitados, a los supuestos santos, y a los supuestos pecadores, a los supuestos ignorantes y a los supuestos sabios, a los supuestos burgueses y a los supuestos revolucionarios, a los supuestos amigos y a los supuestos adversarios, a los unos y a los otros… a los buenos y a los malos…

Y de tanto tratar de ir por la vida con la mente abierta fui viendo que cada extremo de ese sistema binario es santo de sí mismo y demonio del otro, y que por eso todo terreno puede ser sagrado o diabólico, inversión o sacrificio por la confianza de alguien más.

Lo que allá me hizo ser el alma de la fiesta, acá me hizo quedar como un idiota; por allá hay un grupo de pibes que quieren que esté a favor de algo con lo que en realidad estoy en contra; por acá hay unos tipos que quieren que esté en contra de algo con lo que en realidad estoy a favor; ayer me dijeron que tenía que definir mi posición sobre algo que en realidad no me importa, y hoy me dijeron que hay algo que no debería importante tanto…

Que no podemos dejar a todos contentos, eso todos lo sabemos. De alguna manera llegamos a cierta edad en donde sabemos lo que decir en determinadas situaciones de la vida de los demás, y sabemos lo que seguramente nos van a decir en determinadas situaciones de nuestras vidas. El tema se pone interesante cuando somos nosotros mismos los protagonistas de nuestras historias en la disyuntiva de querer quedar bien con dos o más personas muy diferentes, a las que nos gustaría (o nos convendría) satisfacer por igual. 

Definitivamente mucha gente ha confundido mis intentos de mantener la mente abierta con ser un indeciso, un influenciable… Pero afortunadamente con el tiempo también me fui dando cuenta de que las opiniones son eso, simples opiniones, a veces con tono de consejo, a veces con perfume de consejo y sabor a imposición, pero opiniones al fin y al cabo. Son la voz de UNA experiencia; de la experiencia de una persona o un grupo de personas, o mejor dicho, de la interpretación que una persona o un grupo de personas hizo de una experiencia. Pero también fui aprendiendo que siempre se pueden hacer interpretaciones nuevas de una misma experiencia. Porque la experiencia no es el suceso en sí, sino la manera en que vemos y sentimos el suceso, lo que aprendemos de él y la manera en que lo guardamos en la memoria. Todo eso, así de abstracto y de emocionalmente complejo, es una experiencia. De ahí nacen las opiniones, y en el intento de mantener la cabeza abierta se suelen escuchar muchas y muy variadas. Es acá cuando el riesgo ya no es estancarse en un sólo punto de vista sino vivir en la constante indecisión. . Todo parece indicar (repito: parece) que lo más fácil es resignarse al precio de vivir en sociedad y a que nunca se va a poder conformar a todos, pero yo me niego a cerrarme a que un sólo grupo de mentes y costumbres aprueben todo lo que hago o que hagan sólo cosas que yo apruebe, sin mucho más desafío.Entiendo que muchas experiencias pueden inclinar las reflexiones hacia esa conclusión, pero yo prefiero seguir haciendo malabares por buscar los puntos medios, las conciliaciones, el equilibrio entre los opuestos que me interesan; y sin embargo también saber reconocer qué cosas fueron las que más me gustaron en el trozo de vida y el pedacito de mundo que hasta ahora recorrí, y que se transformaron en mis sueños, para así identificar qué opiniones me nutren y cuáles me marchitan.

Y me parece que en vez de sacar el látigo de la culpa para castigarnos como acostumbramos, estaría bueno simplemente pensarlo como un hábito social que no se enseña pero sí se aprende; y que se aprende en la vida social, en la interacción cotidiana; y que en vez de pensar en soluciones definitivas y grandes ambiciones éticas, estaría bueno (y sería más fácil) arrancar poniendo un cachito de reflexión la próxima vez que se nos escape una demonización o ridiculización de cualquier diferencia con otro. Porque sí, che, ya fue, todos lo hacemos, de la boca para afuera o de la boca para adentro… “Porque sos diferente a mí, sos un enfermo o un pelotudo”… 

… Me han dicho que sobreanalizo las cosas… Pero, ¡qué carajo! Ya sabemos que no se puede dejar a todos contentos, y que así como hay opiniones que nutren, hay otras que marchitan.



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Amar la celeste y blanca


                Qué genial es la simplicidad de esta emoción tan intensa, de esta alegría increíble y potente, de sentir la sangre golpeándome el pecho, la respiración acelerándose, el ardor en la nariz y la humedad en los ojos; que es el orgullo de ser quien soy, de portar este gentilicio, de pisar este pedacito de este hermoso rincón del mundo, y que se despierta con la combinación de dos colores o con las primeras notas del Himno Nacional Argentino.
                Y no, no es un sentimiento que necesite jerarquías. No necesito discursos de xenofobia y fanatismo nacionalista; no necesito burlarme de otras costumbres, de otras creencias, de otros puntos de vista; no es necesario que dejen de existir otras formas de pensar, otras formas de sentir ni otras formas de vivir para que yo disfrute las mías.
Ni tampoco necesito hacer un listado de logros mundialmente reconocidos para argumentar, discutir ni defender nada contra nadie.
Me basta con gozar esta alegría autosuficiente, que empieza y termina en sí misma; de aceptar con placer y gratitud la base sobre la que crecí y construí mi identidad, y la identidad que construí sobre esa base. Me basta con aprovechar los momentos en que puedo compartir ese sentimiento con otros similares, gritando un gol, compartiendo un mate, disfrutando un locro, o lo que sea, cualquier excusa viene bien para estar bien, y a mí se me hace muy fácil sintonizar esta alegría tan increíble y potente, que se despierta con la combinación de dos colores o con las primeras notas del Himno Nacional Argentino.
¡Viva la Patria!
 


 

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La madre de las abuelas



Siempre pensé que las madres deben tomar un curso intensivo para avanzados antes de nacer, y que lo recuerdan cuando tienen su primer hijo. Es raro, pero las madres tienen mucho en común, por ser mujeres y por ser madres.
Pero las abuelas… las abuelas son como la evolución, el modelo perfeccionado de las madres, y si tienen mucho en común entre sí, es porque son mujeres, y porque fueron madres.
Por supuesto que hay madres arpías, y por ende, abuelas arpías, tanto así como los hombres tenemos otros adjetivos que enumeran nuestros defectos. Pero nada de todo esto viene al caso si quiero recordar ese maravilloso don tan propiamente femenino que lo tienen las madres y luego se transforma cuando esa madre tiene su primer nieto: el amor. Los hombres tenemos otros adjetivos para nombrar alguna que otra virtud.
El amor de una madre es una dulzura que es raro ver en un hombre, y en todo caso, sería raro que ese hombre no lo haya mamado de una madre, o al menos, de una mujer.
Quizás tras el primer nieto, cuando una mujer, que ya se hizo madre; y que ahora pasa a ser llamada abuela, empieza a notar los efectos del paso del tiempo. Tal vez cuando los oídos de una mujer, de una madre, escuchan que se refieren a ella como “nona”,se vuelve difícil ignorar que las cosas ya no son lo mismo, que uno mismo creció, que los hijos crecieron, y que ese nieto también lo hará. Y puede que sea ahí cuando esas mujeres, hasta hace algún tiempo sólo madres y ahora abuelas, comienzan a mirar todo con ojos de coleccionista, y cada pequeña cosa, desde algún juguete hasta un diente de leche, todo es un objeto de valor incalculable y de increíble plusvalía.
Ahora miro a la nona buscando empecinadamente algo en un viejo ropero, mientras espero sentado en una vieja cama, y observo las otras viejas cosas que conforman la casa de unos abuelos. La casa de unos abuelos es,definitivamente, muy distinta a otras casas. De alguna manera en esos lugares todo puede añejarse detenido en el tiempo.
Y ahí lo encontró, una bolsa, una pequeña bolsa que podría contener cualquier cosa. Sonríe, me la entrega y se niega a decirme qué hay adentro. Le gusta darme intriga y a mí me gusta sufrirla. Empiezo a desatar la bolsita plástica con alguna que otra esperanza de que contenga cualquier cosa que pueda venderse a millones de dólares. Pero no, detrás de todos esos nudos tan firmes como para atar hasta el recuerdo más escurridizo a la memoria más olvidadiza, hay dos autitos de Fórmula 1, un tenedor y un cuchillo para jardín de infantes. Nada más.
Y me choco contra la decepción de un adulto materialista en el que no quise transformarme, y luego contra la ternura que los hombres no nos permitimos frecuentar. Esas cosas, insignificantes quizás, lo eran todo para una mujer, alguna vez madre y ahora abuela, que se contenta con cualquier cosa que es capaz de traer el eco de nuestras agudas voces pidiendo ayuda para vestirnos, para espantar a los monstruos del placar o para hacer la tarea…
Indudablemente, la nostalgia es la madre de todas las abuelas…



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