Amar la celeste y blanca


                Qué genial es la simplicidad de esta emoción tan intensa, de esta alegría increíble y potente, de sentir la sangre golpeándome el pecho, la respiración acelerándose, el ardor en la nariz y la humedad en los ojos; que es el orgullo de ser quien soy, de portar este gentilicio, de pisar este pedacito de este hermoso rincón del mundo, y que se despierta con la combinación de dos colores o con las primeras notas del Himno Nacional Argentino.
                Y no, no es un sentimiento que necesite jerarquías. No necesito discursos de xenofobia y fanatismo nacionalista; no necesito burlarme de otras costumbres, de otras creencias, de otros puntos de vista; no es necesario que dejen de existir otras formas de pensar, otras formas de sentir ni otras formas de vivir para que yo disfrute las mías.
Ni tampoco necesito hacer un listado de logros mundialmente reconocidos para argumentar, discutir ni defender nada contra nadie.
Me basta con gozar esta alegría autosuficiente, que empieza y termina en sí misma; de aceptar con placer y gratitud la base sobre la que crecí y construí mi identidad, y la identidad que construí sobre esa base. Me basta con aprovechar los momentos en que puedo compartir ese sentimiento con otros similares, gritando un gol, compartiendo un mate, disfrutando un locro, o lo que sea, cualquier excusa viene bien para estar bien, y a mí se me hace muy fácil sintonizar esta alegría tan increíble y potente, que se despierta con la combinación de dos colores o con las primeras notas del Himno Nacional Argentino.
¡Viva la Patria!
 


 

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